/ Poesía

Estos poemas son algunos de los que fueron escritos durante una internación psiquiátrica y publicados en “Las alucinaciones y el destierro”, libro impreso en 1978 por Editorial Shapire mediante una gestión del escritor Ernesto Sábato.

“Y en el Hospital Neurosiquiátrico Moyano conocí a mi entrañable amiga Aída Carballo, probablemente la más genial grabadora del arte argentino. La rodeaban pacientes que soñaban con tigres que atacaban estrellas de cinco puntas y otros que pintaban humanos con cabezas de pájaros. Ella me regaló su cuadro para mi libro…”, escribió Luis en una de sus notas.

Los fuegos extenuados

Mi tiempo fue un otoño
a las seis de tarde,
y un viejo que pasaba
tocando un organito,
para que anochecieran
los ojos de mi madre.

Un caballo azotado
en mitad de la infancia
-el hocico manchado
con la sangre del mundo-
y sus patas vencidas
para siempre en el alba.

Cuánta alma hubiera dado
por quedarme
al calor familiar de la cocina,
hablando en voz muy baja
(“Qué te abrigues…”)
sosteniendo el tazón en tu dulzura,
despidiéndote así cada mañana
como si me marchase para siempre,
para que la ternura duela todavía
me apunte al corazón
retorne siempre,
hasta tocar mi infancia
con tu batón rosado,
hasta estar en la mesa nuevamente
-hijo, debes comer
estás muy flaco-,
melodramáticamente como buenos pobres,
con tus gestos viniendo hacia mi pecho
y entrando como quien mira un lucero.

¿Por qué hará tanto frío
en estos años
y mamá no ha servido la merienda?

Pabellón número 7

Una mañana de mi vida
-la más pura-
voy a pagarte la paternidad que te debo
y seré padre para siempre
como nunca dulce.

Pero no vayas a decir en este patio
de las mentes desnudas tiritando en el alba
que ves en esas nubes un señor elefante.

Y no diré que anoche,
mientras los cuervos del Auvers-sur-Oise
se asomaban al Borda
extraño cielo,
se me acercó Van Gogh como un silencio
-su temporal  izquierdo sangraba todavía-
y rezó por tu alma
iluminado
arrancó la ternura hasta del mármol,
se fue quedando intacto de nombrarte,
diríase un muchacho parado ante mis lágrimas,
solitarios
él
yo
en este pasillo
mientras le preguntaba
¿por qué a mi
si mis manos las torpes
ni siquiera pudieron dibujar el burrito
que Laura me pidió aquella mañana
cuando teníamos casa todavía?

Defensa de la belleza

Y no pueden la fruta la piel tibia sobrevivir el
clima sensorial de esta crueldad de siglos de pensamiento
humano, lustros en que la violencia y el dolor
latieron como un inmenso corazón subterráneo
que unificaba al hombre con la tierra.

Y sin embargo afirmo con el verso que la pureza
de cierta desnudez levanta muros de imaginación contra
los profetas del alcohol y de la noche. Afirmo
en este verso en este llanto que esos rincones siempre
nuevos en que lo femenino nos atrapa caderas
como el mundo pechos altos y limpios de ternura
golpeando en el amanecer de mis sentidos, boca donde
la saliva tiembla como un vino cosechado entre
frutillas y setiembres labios abiertos como un para
siempre donde en vahidos descansa el sentido de los
días, tienen la fuerza y tienen la palabra.  Por eso
quiero treparme a los periódicos y las radios explicarme
que he llegado a esta música.

Decir que soy poeta.

Que cuando la belleza circule libremente entre
nosotros con su cuerpo desnudo y con el pelo suelto,
se apagará de pronto toda guerra y nuestros enemigos
estarán derrotados.

Alabanza de la pena

Amar
Es esta herida
-tan dulce-
De aceptarnos

Oratorio por Miguel Ángel

Por la cantidad de embarazos y nacimientos se habilitó una guardería en el
Neuropsiquiátrico Moyano. A las pacientes agudas se les impide ver los hijos.

Lagrimita del cielo
mi bebé
miguel  ANGEL DEL SOL
como tu padre
que me besó en el patio de la guardia,
si te alzan en la noche cuando falto
pensá que ésa soy yo que al fin te aprieto
y te doy desde mi como una calma.

Pequeño pan de miel
calor de azúcar,
si me vieras vagando por el patio,
voy desnuda y pidiendo moneditas
me quedo mucho tiempo en la ventana
y me pongo a pensar si habrás comido
si buscarás mi pecho entre las sábanas
o dolerá tu encía hasta morirte
por mi carta verás
que estoy muy pálida,
notarás en mi voz cuánto ha llovido
y a quién voy a pedirle unas monedas
para pagar mis cosas y quedarme,
para volver a casa
vernos en la mesa
y ponerme a llorar
emocionada
de que exista el mantel y Nochebuena.

Temblará el crisantemo del rocío
te diré
niño mío
lagrimita en desvelo
un lado de tus sueños
da en mi pecho
y el otro
da en el cielo.

Que nunca como yo tu escuches voces
y arañas caminando por el pelo,
aunque estallen de sangre las paredes
y se vuelque la jarra del adiós.

Qué podía hacernos mal
Adónde te llevaron.

Instante de gorrión
cómo te extraño,
qué ganas de besarte en el culito
y mirar que los ojos se te pierden
de mamar y mamar hasta el cansancio.

¿Por qué a veces me tiro
en esta cama
y te volvés de trapo
en mi dolor?

El libro y los destinos

En aquel hospital
me diste un libro
Estaba tocado de vos
como tus cosas más humanas de la casa
que guardabas prolijamente en tu cartera,
como quien junta gestos de inocencia
en un mundo tan grande
en un manicomio tan solo,
tan frío sobre todo.

Algo vivo en sus páginas
olía a ropa limpia
en el patio de las letras allí escritas.

Primer libro del mundo
que ya jamás recuerdo
porque me sabe a cama del domingo.

Así  empecé a andar solo entre los otros.

Sin conocer a nadie en estas páginas.

Ya no hablaría

El dia que Zaratustra
bajó realmente de la gran montaña,
y vio que había engendrado solamente canalla,
asesinos sublimes con banderas,
la yegua gris inmensa que orinaba
sobre los bombardeados,
se dijo que era inútil
proclamar otros fuegos,
la llegada de reinos duraderos,
y aulló desesperado,
como un chico que vi en Isla Maciel
la vez que detenían a su madre
(hacía la calle, pobre, tenía várices).

Superhombre quemó todos sus libros.

En realidad lloró bajo los cielos
como el último niño de Güernica.

Los signos interiores

Y una noche
llovió por vez primera,
llovió realmente
sobre el alma del mundo.

Llorando
si
de asombro,
bajo esa noche eterna,
escribí para siempre
el primer verso.

Las alucinaciones

Está lloviendo tanto en mi ventana que debe andar
muy cerca la ternura. Los demás se marcharon
apretándose contra la soledad de mi memoria y el inefable
llanto de los huesos.

Ni siquiera distingo en esta tarde, si aquello es un
gorrión, o una tristeza, bajo las dulces ramas del
otoño.

Después de un golpe eléctrico en la frente siempre
vengo a esta nube de las almas.

La nube de las almas

Hoy recibió visitas el de la cama doce.

La mañana de invierno para él debe de haber olido
a sopa de la casa, de la que no es sustento para el
cuerpo sino alimento principal del alma.

Y qué distinto al cuatro se ha portado, a quien nadie
le trajo cigarrillos ni le pasó la mano por la frente
ni  lo encontró más pálido o delgado.

Sé que el hospicio es para iluminados. Yo mismo he
visto  un ángel ante mí, con su mano extendida hacia
el destierro; lo escuché respirar junto a mi alma, lo
  sentado al borde de mi cama.  Pero estemos en
claro, una cosa es el genio de Van Gogh, las visiones
de Artaud, ser lúcido en un mundo que tanto de día
como de noche y cada vez más come lo incomible,
y la otra es la llana enfermedad del cuatro.

Estoy mirando a la mamá del doce, el frasco de jalea
envuelto en diarios  y el mate que ha cebado toda una
siesta larga.  El hijo se ha dormido  y mientras, ella
sigue y sigue hablando, nunca sabré qué cosas milenarias.

Si no le canta una canción de cuna es sólo
de vergüenza, su niño tiene ya cuarenta años.

La enfermera se asombra de que duerma y sin haber
tomado tal pastilla.  No sabe que él descansa porque
madre le teje una bufanda, porque le está limpiando
los zapatos, lo mira con el pecho -casi llora-, o le
acomoda ropas al borde de la cama.

El de la cama cuatro no se acuesta, se quedará pensando,
sentado en el pasillo.  Seguramente gritará
esta noche, lo llevarán babeando, y a falta de ternura
habrá insulina.

Y como nadie lo visita nunca sé que jamás saldrá del
hospital.

No puedo, nadie puede, definir la locura.  Al hombre
que está  duro y erguido en el pasillo, como un árbol
al borde del camino.  Pero digo, más allá de los santos
y los genios no todo sueño es de iluminaciones; más
acá de la ciencia tan escasa del médico, hospicio es
sobre todo un sitio en que haría falta más ternura.

Para ingresar al mundo de los puros resulta indispensable
la locura.

Para estar loco siempre hay que ser cuerdo.

Pero hay algo más cierto, irrevocable: para ir al manicomio
y enterrarse por vida, alcanza con ser pobre
o estar solo en el mundo.

Defensa de la palabra

Qué voy a hacer entonces con la coma,
de qué van a servirme los acentos si no puedo
pasar de estos renglones.

Qué hacer con la sintaxis si de pronto anochece
y es tan frío
que la nueva gramática se calla.

Si los puntos de admiración están cayendo a sangre
sobre el pecho
y los interrogantes se detienen a mirarnos pasar
y electrizan los puntos suspensivos de ciertos
telegramas por la espalda.

Estoy llorando de tanto verbo roto.
De tanto sustantivo que no es claro.
Defiendo la palabra pero quiero ir más allá de la
palabra, lo que quiero sentir es que entre lobos
podemos entendernos finalmente.

Siento una pena inmensa por nosotros.
Es todo lo que sé.
Por eso escribo.

Las alucinaciones del Pacífico

III
Alucinado y mendigo, arrojado en la sentina del falucho, la
fiebre me encontró entre húmedas mantas y profundos
recuerdos. Retorné hasta ese tiempo de colegio, cuando el
olor de lápices y cuadernos nuevos podía erizarme de
temor hasta el llanto, recorrí nuevamente los pasillos de
hospitales nocturnos con ayes y gemidos. En el ghetto
fantástico de los vientos helados las hojas de mis días
volvieron a arrastrarse como hebreas moribundas.
Cercado por la fiebre, en el crujir del barco abandonado,
miré toda la furia de los cielos, el rostro de la muerte entre
relámpagos.
Y el famoso alarido de la tiniebla marina se reunió en el
recuerdo de la hembra y del ángel. Era el único espacio
invulnerable de mi cielo en pedazos y quedaba en el último
puerto de la tierra. Añoré desnudeces enlazadas, las lluvias
caminadas en otoño, todo el amor que me condujo siempre
a la inocencia y me dio la certeza de estar vivo. Esa mujer,
que se me abría en el pecho como un verso, se cerraba
conmigo, como un libro.

IV
Y aquellos silenciosos marinos de Quintero me
sostuvieron la esperanza humana. Gente dura del mar,
pescadores de machas y albacoras, cuidaron de mi fiebre.
Compartimos el pan y el necesario vino de Araucania.
Fue allí que todo Chile se presentó a mis manos. Era una
arquitectura solidaria apretada por mares y montañas, un
camino infinito de la costa, el campesino ido hacia Atacama
y empeñado en hacer brotar una mariposa vegetal en el
desierto.
Y ahora, cuando la dulce güagüa se ha dormido, cuando
los pescadores retornan de los astros para amar el niñito de
los cielos, bendigo aquel silencio surcado de las frentes con
que me despidieron debajo una profunda mañana de
diciembre.

V
Entonces dejenmé con las palabras.
No quiero otra alegría que estar con la tristeza, ni otra
imagen más pura que asistir a la muerte de un violín en el
alba.
Soy un hombre perdido para siempre, y me tiendo en la
playa a contemplar el paso de las aves que huyen hacia el
Norte, los vuelos entrañables del albatros y esos vahídos del
alma que lo comprenden todo.
Diríase dulcemente que agonizo.
Nadie me nombre ahora. No quiero sugerencias. No
puedo equivocarme mientras amo.
Ocúpeme la paz.
Séame la sombra.
Mi vida es un relámpago emotivo que se inmensa debajo
estas estrellas.